Bajo el provocador título de Alteridades, y con una especial performance, este jueves 10 de abril, a partir de las 7:30 de la noche, Micromuseo inaugura en su Paradero Habana (Calle Manuel Bonilla 107, Miraflores) una insólita exposición sobre la muy diversa presencia del travestismo en sus colecciones. Cuadros y grabados, sin duda, pero también máscaras, caricaturas, carteles, fotografías, videos… Y sorprendentes rescates documentales.
Una variedad de materiales que aquí se presentan también como un homenaje al Museo Travesti del Perú, concebido desde hace cinco años por Giuseppe Campuzano y ahora formalizado mediante la publicación de un libro notable a la que esta muestra celebra con aportes propios.
Ya en 2004 Micromuseo acompañó a ese proyecto con el texto de presentación utilizado en su primera exhibición pública, forjando complicidades para la reconfiguración de prácticas y circuitos alternativos en el vacío museal peruano. Principal entre ellos, la propuesta de una musealidad mestiza, una musealidad promiscua, donde hasta términos obsoletos como los de "artista" y "artesano" se reemplazan por el de "artífice", procurando de ese modo significar la crisis de esas y otras distinciones en una cultura crecientemente hecha de lo impuro y lo contaminado. Una musealidad ahora travesti, que se desperdiga y diversifica desde las formas más inasibles y contrastantes. A veces en un mismo cuerpo de obra. Como el travestismo mismo, esa encarnación radical de la paradoja de nuestros tiempos atravesados por la contradicción y la ambivalencia. Particularmente en una sociedad como la peruana, tan acosada por el fantasma lacaniano del falo ausente.
En coherencia con todo ello, esta exposición reúne en torno al referente travesti los materiales más disímiles. Desde cuadros y grabados formalmente artísticos (Christian Bendayán, Gilda Mantilla, el taller N.N.) hasta máscaras andinas y carteles "chicha" (Lu.Cu.Ma., el colectivo Las Pelangochas). Pasando por caricaturas políticas (Carlín, Piero Quijano), fotografías antiguas de rituales en el Colegio Militar Leoncio Prado, fotografías recientes de devot@s de Sarita Colonia (Gustavo Buntinx, Sophía Durand, César Ramos). Y la performance inaugural dirigida por el propio Campuzano con intervenciones vitales de Germaín Machuca y David Sánchez.
Una heterogeneidad culminante en por lo menos dos rescates históricos: la versión completa de Anastasha, el mítico video dirigido en 1994 por José Antonio Fortunic (con la colaboración de Juan Carlos Ferrando y Javier Ponce), proyectado por única vez cinco años después. Hasta en sus improvisaciones y torpezas, esta biografía ficcional y paródica de la única diva que el Perú nunca tuvo (interpretaciones impresionantes, desconcertantes, de Javier Temple), se configura hoy como un logro magistral del pastiche, de la parodia, de la apropiación, del montaje. Casi una mítica opera prima para cierto (post)modernismo peruano.
Una escena primaria en términos estéticos acá confrontada por otra de ásperas connotaciones sociales. Y represivas. El rescate documental del olvidado Escándalo de La Laguna, cuyo pretexto fue un baile de enmascarad@s que al inicio de los carnavales de 1959 se realizó en los espacios hoy trastornados por la construcción inconclusa del Museo de Arte Contemporáneo (el azar no existe). Probablemente el esbozo inicial, inconsciente casi, de una festiva legitimación semi-pública del travestismo en nuestro medio. Una audacia castigada de manera feroz por quienes primero violentaron físicamente a los asistentes y luego aterrorizaron a la comunidad mediante detenciones y abusos en medio de una cacería mediática de brujas. Una persecución modélica para posteriores satanizaciones, de diverso sesgo.
Esta muestra exhuma y exhibe los restos periodísticos de esa campaña como parte de una cultura material que debe ser entendida no sólo en sus manifestaciones exaltadas sino además –especialmente– en sus represiones. En sus incomodidades y perturbaciones.
Pero no hay pretensión alguna de mistificación artística en nuestro despliegue museográfico. La inversión primera y final de este Micromuseo travestido, su contranatura cultural, es la oposición crítica a las ingenuidades del modernismo que se creyó transgresor por elucubrar una condición libérrima para el arte desde el cuestionamiento a la institución museal.
Por el contrario, la radicalidad genuina en nuestros (post)modernos trances es sacar al museo del closet, liberar al museo de la cárcel ideológica del arte. Otra manera de travestirlo.
Una variedad de materiales que aquí se presentan también como un homenaje al Museo Travesti del Perú, concebido desde hace cinco años por Giuseppe Campuzano y ahora formalizado mediante la publicación de un libro notable a la que esta muestra celebra con aportes propios.
Ya en 2004 Micromuseo acompañó a ese proyecto con el texto de presentación utilizado en su primera exhibición pública, forjando complicidades para la reconfiguración de prácticas y circuitos alternativos en el vacío museal peruano. Principal entre ellos, la propuesta de una musealidad mestiza, una musealidad promiscua, donde hasta términos obsoletos como los de "artista" y "artesano" se reemplazan por el de "artífice", procurando de ese modo significar la crisis de esas y otras distinciones en una cultura crecientemente hecha de lo impuro y lo contaminado. Una musealidad ahora travesti, que se desperdiga y diversifica desde las formas más inasibles y contrastantes. A veces en un mismo cuerpo de obra. Como el travestismo mismo, esa encarnación radical de la paradoja de nuestros tiempos atravesados por la contradicción y la ambivalencia. Particularmente en una sociedad como la peruana, tan acosada por el fantasma lacaniano del falo ausente.
En coherencia con todo ello, esta exposición reúne en torno al referente travesti los materiales más disímiles. Desde cuadros y grabados formalmente artísticos (Christian Bendayán, Gilda Mantilla, el taller N.N.) hasta máscaras andinas y carteles "chicha" (Lu.Cu.Ma., el colectivo Las Pelangochas). Pasando por caricaturas políticas (Carlín, Piero Quijano), fotografías antiguas de rituales en el Colegio Militar Leoncio Prado, fotografías recientes de devot@s de Sarita Colonia (Gustavo Buntinx, Sophía Durand, César Ramos). Y la performance inaugural dirigida por el propio Campuzano con intervenciones vitales de Germaín Machuca y David Sánchez.
Una heterogeneidad culminante en por lo menos dos rescates históricos: la versión completa de Anastasha, el mítico video dirigido en 1994 por José Antonio Fortunic (con la colaboración de Juan Carlos Ferrando y Javier Ponce), proyectado por única vez cinco años después. Hasta en sus improvisaciones y torpezas, esta biografía ficcional y paródica de la única diva que el Perú nunca tuvo (interpretaciones impresionantes, desconcertantes, de Javier Temple), se configura hoy como un logro magistral del pastiche, de la parodia, de la apropiación, del montaje. Casi una mítica opera prima para cierto (post)modernismo peruano.
Una escena primaria en términos estéticos acá confrontada por otra de ásperas connotaciones sociales. Y represivas. El rescate documental del olvidado Escándalo de La Laguna, cuyo pretexto fue un baile de enmascarad@s que al inicio de los carnavales de 1959 se realizó en los espacios hoy trastornados por la construcción inconclusa del Museo de Arte Contemporáneo (el azar no existe). Probablemente el esbozo inicial, inconsciente casi, de una festiva legitimación semi-pública del travestismo en nuestro medio. Una audacia castigada de manera feroz por quienes primero violentaron físicamente a los asistentes y luego aterrorizaron a la comunidad mediante detenciones y abusos en medio de una cacería mediática de brujas. Una persecución modélica para posteriores satanizaciones, de diverso sesgo.
Esta muestra exhuma y exhibe los restos periodísticos de esa campaña como parte de una cultura material que debe ser entendida no sólo en sus manifestaciones exaltadas sino además –especialmente– en sus represiones. En sus incomodidades y perturbaciones.
Pero no hay pretensión alguna de mistificación artística en nuestro despliegue museográfico. La inversión primera y final de este Micromuseo travestido, su contranatura cultural, es la oposición crítica a las ingenuidades del modernismo que se creyó transgresor por elucubrar una condición libérrima para el arte desde el cuestionamiento a la institución museal.
Por el contrario, la radicalidad genuina en nuestros (post)modernos trances es sacar al museo del closet, liberar al museo de la cárcel ideológica del arte. Otra manera de travestirlo.
NOTA ENVIADA POR PAOLO DE LIMA DE ZONA DE NOTICIAS
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